07 abril 2010

Mini-fragmentación de las placas tectónicas de mi corazón.

Habíamos quedado en encontrarnos a eso de las ocho en la esquina de la cafetería de siempre, la misma en la que habíamos compartido todo tipo de charlas, y donde tantas veces nos habíamos jurado que nos queríamos...
No fallaste a esa puntualidad que te caracteriza: llegué a las ocho menos cinco, y vos ya estabas ahí. Caminé hacia el sitio en donde estabas parado y, cuando nos separaban apenas cinco o seis baldosas, te dediqué una de esas sonrisas forzadas que se hacen por compromiso, a la cual correspondiste con otra igualmente fingida.
Entonces nos saludamos con un beso frio en el cachete; y creo que tu cara chocó demasiado fuerte contra la mía, porque sentí cómo un diente se me aflojaba y luego lo escupí con disimulo (menos mal que todos los que pasaban por ahí iban demasiado distraídos y no alcanzaron a verlo...).
Después de los típicos "qué tal, cómo andás" y los mentirosos "bien, todo bien", nos dispusimos a entrar a la cafetería y allí elegimos una mesa para dos personas, ubicada junto al ventanal de vidrio que daba a la calle. Corrí una de las sillas hacia atrás para poder sentarme y, al empujar el respaldo, dos de mis dedos cayeron al suelo. Así que con la punta del zapato los empujé debajo de la mesa, porque quedaban desprolijos. Luego me senté.
Comenzamos a hablar, primero en un tono más o menos cordial. Y, a medida que las recriminaciones se nos escapaban de las bocas, el sonido de nuestras voces se elevaba sin que pudiéramos ya oirnos el uno al otro. Ni a nosotros mismos.
Lo estúpido de la situación me enojó tanto, que me paré dispuesta a irme. Pero no me fui, no todavía. Yo estaba parada en frente tuyo, llorando, y todos en la cafetería se habían callado y me miraban con gesto horrorizado. Es que cuando estallé en llanto, uno de mis ojos cayó dentro de la taza de café; y al querer cubrir el orificio de mi rostro con la mano, quedó en evidencia la ausencia de los dos dedos que había perdido anteriormente, los que estaban ahora bajo la mesa (y eso que aún no se habían percatado de lo del diente).
Todos en la cafetería habían quedado inmóviles, menos vos, que me mirabas con la misma cara de "acá no pasa nada" de siempre. Pero a esta altura ya no me sorprende que esté cayéndome a pedazos y vos no lo puedas ver.

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