Escribir me relaja, me sumerge en un placentero estado de
duermevela al borde de un precipicio que es sueño profundo para un insomne. Yo
que extermine un ejército de ovejas con suavizante y busque todas las obras pictóricas
posibles para decorar el techo de mis habitaciones comenzando por rostros
deformes en un gotelé. Necesito la tinta para vaciar si de alguna manera se
puede, esos pensamientos inconexos que saltan alegres por la cabeza y si se
puede darles vida y forma… dejándolos libres.
Puede que sea escritura automática… otros dirían que mecánica,
algunos dirán que únicamente digo gilipolleces y divagaciones en todos los
formatos que van desde el escueto y sintetizado verso o la más letárgica prosa
que a su vez oscila entre la historieta y la argumentación de un ombligo
danzante. La verdad es que simplemente escucho a la palabra como en los dictados
que se hacían en el colegio de un libro de texto. Alguien narra y yo escribo.
Al final hasta he descubierto que lo hago ya sin mirar las letras mirando la
pantalla absorto en la magia, cada mano sabe a donde ir y como un ejercicio
repetido durante un tiempo incontable. Los dedos conocen cada letra aunque estén
desgastadas.
Sólo se equivocan cuando es el ordenador de un turista de
otro país, o en otro lugar que no sea este. Suele pasar que cuando duermo ni
siquiera sueño, olvide como se metía uno dentro, de lo calentito que estaba
bien arropado y la facilidad que tenía de abrir esa puerta y entrar a ese mundo
sin que me costase siquiera esfuerzo. Quizás entonces no sabía lo que ahora o
no tenía tantas preocupaciones. Puede que no recuerde siquiera si sueño y me
desconecte como un autómata que escupe tinta por las noches y vive la vida de día
como el resto de los mortales. Pero la sensación de pesadez se gana gota a
gota, como el que se duerme leyendo. Puede que sea la misma moneda vista desde
ambas caras.
Igual que se abre un libro… lo mismo que se cierra una
historia. Todo con sus puntos y su línea de destino. O puede que sin guión ni
trama… tan sólo un folletín informativo, un libro de instrucciones o el
prospecto de un medicamento. Son palabras latiendo en silencio esperando a que
algunos de tus sentidos se decidan a observarlas.
O al contrario de lo normal de las cosas, sea yo quien de
alguna manera nunca he sabido vaciar mis pensamientos de otra manera. Hay una
posibilidad de que la frase más repetida hacia mi persona ha sido: un cállate o
un silencio imperativo. Cabe no haya duda de la opción de que sea muy inquieto
como muchos otros.
Pero a veces es cierto y tienes que oírlo para aceptarlo. O
mismamente, cerrar los ojos y darte la vuelta como una croqueta para seguir
durmiendo. Estas no son horas de seguir despierto me han dicho siempre. Eso
tambien es cierto.
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