23 abril 2009

9123 78

En la silla de metal continentes de agua se forman y deforman, se rompen y eclosionan, escurren hacia el suelo y golpean con un ruido seco la superficie de la baldosa. Allí, sentada una niña espera, mira al infinito de la pared del frente, palidece y pestañea. Sueña.
He pasado unas 2 veces al día al frente de esa casa durante siete años y aún elaborando nuevos estratagemas para evitarla es el único lado por el que la obligatoriedad de mi camino se hunde ante mi voluntad. Es mi casa vecina, la única cosa habitable en este armario viejo de ladrillos, lo demás son muros de concreto. A espaldas de mi casa crece la ciudad, los edificios, las oficinas, la gente en tacones y los portafolios de cuero. Yo en cambio voy hacia el otro lado. Trabajo cerca de aquí, en unas parcelas y eventualmente en el laboratorio, puedo viajar en bicicleta si así lo quiero. La metrópolis crece hacia el oriente, yo mientras tanto habito el occidente desolado, lleno de pastos altos y grillos en la noche, el aire frio pero fresco, caliente y transparente. Tengo pocos pares de zapatos, no los necesito; me bastan las botas de caucho y las chaquetas impermeables, un café bien caliente con pan y un rosario tibetano. En esas porciones viene rebanada mi felicidad.
Llego temprano siempre a casa. Veo cuando la gente de las oficinas abandona los edificios, sonríe sin aprehensiones, carcajea sin vértigos. Se me hace que es el instante mas alegre en sus enmohecidas vidas. Quizá sea por eso que les tomo fotos a sus píes corriendo a los cafés, a sus uñas de esmalte perlado comiéndose un pastel, a las miradas en sus ojos , a la felicidad recurrente. Al suspiro de su alma mientras vuelven a la vida y salen de su osario de trabajo.
Habrán pasado tres horas, cuatro, un día quizá, a mi lado ella espera.
Esperar es un semillero de fatigas oportunas. Una búsqueda acordada, un espacio y un tiempo consumidos en el instante mismo de encuentro, el tic-tac del reloj de la paciencia y de otro que persigue al segundero. Hace tiempo ya que el segundero dejó de correr, hace años ya que los espacios dejaron de coincidir. Hace ya una eternidad que la fatiga mató la espera de ella y a ella también

2 comentarios:

  1. Tus últimos renglones dan vértigo.

    Genial se queda corto.

    Me quedo con esto:

    "Esperar es un semillero de fatigas oportunas"

    Un abrazo recién hecho.

    ResponderEliminar
  2. Aún dejando un mal sabor de boca, por su tono triste y desolador, me gusta como está urdido el verso del final.

    ResponderEliminar

Mensaje