08 mayo 2009

Del devenir del día a día: La jodida pegatina




Marina mordisqueaba coqueta su labio inferior, sabía que aquel chico continuaba mirándola, aquel rubio despampanante que precisamente se había sentado frente a ella en la sala de espera del centro de salud. Vanidosa volvió a comprobarlo y al encontrar sus ojos sonrió de nuevo, y ya iban dos sonrisas, si aquello fuese una discoteca en lugar del ambulatorio se levantaría de su asiento tras un leve guiño y él se acercaría, simplemente. Pero ella necesitaba aquella cita con su médico de cabecera, volver a insistirle en que la enviase a un especialista en alergias, algo a lo que parecía exageradamente reacio, como si fuese a pagar de su propio bolsillo la consulta. Estaba decidida, aquel día no abandonaría el centro de salud sin la codiciada cita.
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Y el rubio que continuaba mirándola.

Se oyó un nombre en voz alta, uno de tantos, pero en esta ocasión fue el tipo que con tanto interés la observaba quien se levantó de su asiento, Miguel Sánchez Castillo, seguido oyó el suyo desde la consulta contigua; Marina López Castro, ambos se miraron y sonrieron de nuevo, ya estaban las presentaciones hechas.
Cuando por fin abandonó el despacho de su doctor con aquella cita que agitaba entre sus dedos como un décimo premiado de lotería oteó el derredor en busca de Miguel ojos-azules, pero no le halló. Resignada caminó hacia la salida y allí estaba él, con las gafas de sol puestas y la espalda recostada sobre un vehículo, observando hacia la puerta del ambulatorio con interés. Tropezó y su bolso abierto cayó al suelo, desnudando su intimidad a base tampax, compresas, ibuprofenos, pañuelos de papel y un par de preservativos. Miguel acudió caballeroso a asistirla a pesar de que infinitamente hubiese deseado que no lo hiciera. Ahora creerá que estoy con la regla, a los hombres no les gusta saber que existe la regla, pensó, como no les gusta saber nada acerca de depilaciones de bigote ni de ingles brasileñas, prefieren creer que nacimos perfectas, como Venus, de una almeja gigante.
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- Te llamas Marina, ¿verdad? – preguntó el rubio y ella asintió, claro que se llamaba Marina, su médico había gritado el nombre tan alto que aún estaría haciendo eco en los pirineos -. Te había visto antes en el centro de salud, yo trabajo aquí cerca, en esa obra de ahí - indicó tras su enorme espalda de nadador olímpico mientras en dos pasos volvían a situarse junto al vehículo de él, un Toyota Corolla negro -. He pensado que… - titubeaba -, que si tienes tiempo… ¿te apetecería tomar algo?

Llegó al fin la pregunta que estaba esperando desde que se sonrieron por primera vez sentados uno frente a otro en la incomodas sillas de plástico azul. Era un chico alto, guapo, con estampa de modelo nórdico, parecía simpático y ella llevaba demasiado tiempo sin dar una alegría al cuerpo. Iba a contestar que sí, pero entonces la vio. Ahí estaba, como iluminada por potentes luces de neón, resplandeciendo descarada al sol, brillando como los conos luminiscentes de la Guardia Civil que te hacen temblar nada más divisarlos, la jodida pegatina de Bebé a Bordo. Sintió una punzada en el estómago, tremenda ira y a Mr. Hyde despertando de su letargo. Le vio sentado en el porche de una casa con jardín, cogido de la mano de su preciosa esposa rubísima y altísima y con dos churumbeles correteando arriba y abajo. Puede que ella fuese una chica ligera de cascos, pero enredarse con un tipo casado, no eso no encajaba en sus principios.

- No, muchas gracias, estoy ocupada hoy y todos los días – respondió cortante al fin, dejándole pasmado, ¿habría malinterpretado todas las señales emitidas por aquella muchacha?


Y Marina se alejó pensando que los príncipes azules no existían, que sólo había ranas con más o menos talento saltando dentro del mismo charco. Pero lo que Marina nunca sabría es que aquel no era el coche de Miguel, sino el de su hermano que se lo había prestado por tener el suyo en el taller.

4 comentarios:

  1. Muy muy bueno. Como nos hacemos nuestras propias peliculas y sacamos conclusiones a la minima "pista", sólo por miedo, por no preguntar. Aunque a veces está bien ser precavido. Pero otras veces se pierden oportunidades. El final es "angustiante".

    por cierto. Te llamas Marijose, ¿verdad? jaja.

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  2. Pues sí, pero no puedo negar que en esa Marina hay algo mío jajaja =). Pero no soy tan paranoica ¿o sí? jeje

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  3. Marijose: Entretenido y con final inesperado. Me gustó.
    Saludos

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  4. Muy muy bueno... nada más parecido a la realidad

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