04 noviembre 2009

El Amor Ciego




Se cuenta que el tiempo se olvidó de sus rostros, prolongando eternamente el vaivén de sus alientos. Columpiados en la entrega, juraron amarse de por vida:


Multitud de miradas que se cruzan, piernas largas, cortas, gordas y delgadas hacia cualquier dirección que los ojos alcancen. Las verduleras chillan y retumban sus ecos en los oídos de las masas. Hay melodías redondas y metálicas que ruedan por el suelo fangoso y enloquecen a las gentes. Un cielo grisáceo devora a las gaviotas, los pescadores regresan. Golpea el agua de la tierra y los Dioses Vulnerables disuelven el mercado...


Ahí están. Se han visto desde lejos, entre el bullicio. Son él y ella, y en la soledad de la plaza ahora les separan veinte metros y un estanque. Los labios de ella, rojos y morenos, buscan entreabrirse, pero las gotas más bruscas tuercen el intento. Él se ha percatado y abordo de sus pasos firmes, emprende el viaje hacia los labios de ella, ya no rojos pero sí morenos. Sobre sus cuerpos una luna en llamas se distingue entre lo que parece el espectro de una gran tormenta negra. Ella, agitada y transparente, impulsada por el concierto que ofrecen sus latidos, graba en su retina el escenario por el que se deja cautivar; lo huele, lo siente, y en la niebla todo pierde su forma. De su boca emergen chasquidos de impaciencia. Jamás se vieron, nunca se han visto, y ahora avanza él, que ya ha rodeado el estanque y parece de madera descompuesta a sus espaldas. Son él y ella, sólo ella y él.
Hay peras y naranjas, suspiros y segundos de cercanía que se enfilan al rumor del viento. Ahí están. Se han visto desde lejos, entre el bullicio, y en la soledad de la plaza ahora sólo les separa un paño tejido de gotas de lluvia que se desploma sobre sus ojos -casi unidos- como un enjambre de puñales de cristal. Él, profundo y deseoso, aguado incluso de vacío y penitencia, espira entre los pelos desmandados y la piel empapada, de manera que ella sienta la efusión de su aliento y también el calor. Jamás se vieron, nunca se han visto, y ahora la mano derecha de ella está tocando la mejilla izquierda de él, de forma que la suavidad extrema de la caricia produzca miradas inquietantes y también el amor.


Los Dioses Vulnerables amansan la noche vibrante. Han estado husmeando a la luz de una vaga tiniebla y sienten que nada comprenden. Mientras tanto, él y ella, pegados, muy pegados, tapando las grietas de vacío con su encuentro, se besan. Aún solos, y vivos, muy vivos, sellan sus comisuras. Los dioses más frágiles siguen sin comprender nada: “Cómo es posible, cómo puede suceder algo así... si jamás se vieron, nunca se han visto, y ahora, sellan sus comisuras. Cómo es posible, aquí, en una plaza cualquiera, si nunca se vieron y ahora, ahí están... considerando las múltiples formas de besar a partir de los besos que nunca se dieron...”.
La voz incrédula de los Dioses se desliza tímidamente por el crepúsculo que asoma. Fluye la voz, sigilosa y tierna en el estanque, no de madera sino de vida esperanzada. Se dirige hacia dos cuerpos sin cáscara, sustentados por el fulgor que evapora la lágrima. Y ahí están. Con los ojos cerrados, muy cerrados, sin verse, -como siempre- pero los labios de uno se encuentran investigando los del otro. Y la voz de los Dioses Vulnerables vuelve a sorprenderse y, maravillada, exclama: “¡Que ni los ojos de él ni los ojos de ella vuelvan a palpar la luz o la negrura del mundo y que a cambio sus vidas cómplices perpetúen hasta el fin de la existencia!, pues jamás se vieron, nunca se han visto, y les basta el ardor de sus alientos para teñir la oscuridad con el resplendor más intenso. Son él y ella, sólo ella y él, les basta sus bocas para eclipsar”.

3 comentarios:

  1. No tengo palabras...estoy eclipsada!
    Saludos!

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  2. bella historia!! (:

    "enamomoramiento a primera vista!"

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  3. Sin palabras!
    Muy original, creativo, sensible y encantador...
    Escribes muy bien, un gusto leerte!

    Un abrazo

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