06 noviembre 2009

La Repulsión

No llevo sentada más de una hora cuando a través del cristal diviso el portal de mi casa. Incrédula me incorporo, apartando de mis ojos los pelos desmandados. Comienzo a temer que mis labios hayan perdido su rojo y me precipito velozmente hacia mi bolso para darles cualquier tono que oculte el desgaste y la efusión. Entretanto, ordeno al taxista que se detenga, casi en clave de susurro, con la voz levemente castigada. Éste no vacila y, mudo o silencioso, me señala el coste de mi regreso.

Veo partir calle abajo a un Caronte desfigurado que me abandona junto a una puerta de fuego. Quedan ahora olvidados en la barca lejana los últimos roces de una pasión fugitiva, el sudor tenue robado entre chasquidos, los juramentos teñidos de rojo, toda la culpa, toda la traición del mundo que decoraba las paredes y reducía a cenizas las promesas. Toda la deslealtad que amortiguaba los cuerpos se sumerge con esa barca y mi corazón afónico se hunde con ella.
La mañana me descubre, vacía, sola. Decido cruzar el fuego y subo peldaño a peldaño. Noto una verdad que se filtra descaradamente por la boca hasta producirme arcadas, pero continúo subiendo. Voy chocando en la escalera con los tópicos que han formado mi vida y que ingenuamente pretendía abandonar. Y son afilados, hay uno por cada peldaño y me desangran. Me topo con la vulgaridad y la atadura, con la rutina que tanto daño me ha hecho, y entonces un corte detrás de otro, cada vez más profundos, dolorosos, las paredes se van cubriendo de sangre y la aflicción y el odio van tomando el mando de este cuerpo vacío, solo, prácticamente inerte.

Llega por fin el desprecio a la puerta de su casa y la abre con una hostilidad natural, pues el engaño se esfumó con lo inédito y con las cenizas de la noche pasada. Avanza por el pasillo, colmado de aversión y antipatía, en dirección a un lugar concreto. Al reconocer la última habitación entra en ella y se detiene. Y ahí está, tendido e inservible, vencido por la pereza, por la sequedad de sus sentidos, sin palabras ni roces, inactivo ser durmiente que olvidó la textura de un beso. Pero ahora ya no es ella quien lo observa y lo aborrece, ni siquiera una infiel con o sin remordimiento, sino el desprecio puro y personificado que se tenderá al lado suyo con cierta hostilidad natural.

3 comentarios:

  1. Valiente descripcion de lo que queda en una relacion cuando ya todo los bueno, bonito, apasionado ha muerto...
    Mis respetos!

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  2. Uff! Qué dolor! que comparto pero que está teñido de cobardía, no porque yo sea valiente pero cuando los lugares comunes dejan de existir, esa vuelta no es de uno mismo sino de un intruso al que se le olvidó que su camino está en otros huecos, que ya ha elegido, de donde viene, no es acaso ese otro lugar el del placer? Que es obscuro? Bueno la vida es más real en el otro lado.
    No es que no crea en la realidad de los sentimientos, pero es un mundo que no es físico está donde las almas, en otro plano donde quizá sea el lugar al que pertenecemos...
    Perdona creo que me he perdido.

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  3. Ciertamente al leer se entra en esa habitación de la desesperanza, pero alguién ha dejado una ventana y puede verse la luz de los naufragos.

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