02 diciembre 2009

Rostros de (in)felicidad

Salió de su casa, si esa habitación donde vivía podría considerarse así, después de comer lo que había conseguido el día anterior de los contenedores de los supermercados. Como cada día al anochecer, recoger las sobras que los supermercados no podían vender, era parte de su rutina cuando éstos cerraban. Aún viviendo así, era feliz y no lograba entender cómo los rostros de cientos de personas que se cruzaba diariamente en la ciudad indicaban lo contrario, cuando seguramente tenían un hogar decente, una familia, amigos y mejores ropas, salud y buena alimentación. Las circunstancias de su vida lo habían dejado solo y arruinado, a él y a su talento musical que nunca nadie supo reconocer. Pero tenía esperanza y mucho tiempo libre, hasta que la mujer de negro le acabara secuestrando como ya había intentado hacía un par de años, suerte que esa vez logró escapar.

Se pasaba las mañanas y las tardes en el metro de Barcelona, yendo de una línea a otra, tocando con su clarinete canciones alegres, acompañadas del sonido del piano emitido por un cassette que conservaba desde hacía años. Quizás algún día alguien reconociera su talento, pero ese no era su objetivo principal. Cuando entraba en cada vagón, las personas que lo miraban y se daban cuenta de su presencia lo hacían con recelo y cansancio. Pero sus caras cambiaban al oírle tocar. Le sorprendía la infelicidad que mostraba cada rostro, el estrés, el aburrimiento, el cansancio y únicamente les quería mostrar lo sencillo que resultaba ser feliz, como lo era él, a través del sonido que podía crear con su fiel instrumento. No hacían falta palabras antes de empezar, se darían cuenta de su presencia. Cuando llevaba pocos segundos tocando, podía ver, de reojo, cómo los que llevaban auriculares se los quitaban y le escuchaban atentamente, cómo los niños se quedaban con la boca abierta mirándole fijamente o los bebés apagaban sus llantos, cómo los rostros más serios esbozaban una pequeña sonrisa o cómo algunas personas acompañaban el ritmo de la música moviendo uno de sus pies, sus manos o la cabeza. Estos pequeños gestos le llenaban y era lo que le daba energía para seguir viviendo con esperanza.

A pesar de que cada vagón fuera distinto, ocupado por personas distintas, solía suceder lo mismo aunque no siempre era así. Más de una vez lo habían humillado ciertos energúmenos que aparentan ser personas pero que no llegan a serlo, sin ninguna razón. Se había llevado alguna paliza, incluso le habían robado las pocas monedas de propina que había podido recoger con su vaso de plástico en una jornada de crisis. Pero no le importaba, valía la pena, porque sabía que el tiempo iba a poner a esa especie minoritaria en su lugar. Cuando llegaba a su casa, después de recoger lo que podía de las sobras de los supermercados para poder comer al día siguiente, cenaba y se tumbaba en su cama para dormir.

Antes de dormirse hacía repaso mental de su día y a veces se preguntaba qué pensarían las personas de él. Si les había llegado tanto que se acordarían, aunque fuera durante ese único día o, simplemente, el momento de felicidad que les transmitía se volvería a desvanecer al dejar el metro. Veía miles de caras diferentes durante cada día y sin que se dieran cuenta, se fijaba en algunas de ellas y tenía curiosidad por saber algo de sus vidas. ¿Por qué no podría pasar que también se fijaran en él? Quién sabe… a lo mejor algún día, alguien lo recuerda y escribe algunas líneas sobre él y su clarinete, imaginando cómo podría ser su vida realmente. Claro, sólo sería posible imaginarlo, porque él era el único conocedor de esa verdad.


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Historia ficticia basada en un clarinetista de metro que un día me hizo sonreír, evadirme de mis pensamientos y mover el pie al ritmo de su música.

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