17 marzo 2010

Compartiendo un escrito de Fernando


La noche era espesa, abrazada hasta su más oscura esquina por el ruido de la lluvia y la brisa fría de aquel primer día de diciembre. Llegó hasta su cama con pasos lentos; allí, entre sábanas cálidas y almohadas blandas se encontrarían finalmente. Todo inició cuando la suerte de un error los puso a ambos en el lugar indicado, desde entonces los gestos y palabras de afecto fueron marcando el camino que les condujo al deseo.

Él, con el alma cansada, pero con la esperanza viva, se despojó del pudor y la ropa. Desnudo, se perdió entre las sábanas, aliviándose del frío que le erizaba la piel de su pecho pálido, frágil y sensible, refugio de un agitado corazón. El primer beso fue breve y delicado, a penas un roce.

Él, con el ansia guardada y la voluntad rendida, con su verde y clara mirada sobre aquel cuerpo prometido. Viril y posesivo, pero también sensible y complaciente. Allí estaba, era suyo.

Sus caricias no tenían prisa, fueron escapando una por una de entre sus manos, intercambiando direcciones sobre los cuerpos. Sin barreras, sin dudas, sin miedos. Beso a beso, boca a boca se fueron bebiendo las horas. Cuerpo a cuerpo gastando el reloj, sexo a sexo olvidándolo todo. Era fuerte, era intenso. Era prohibido -perverso- pero era hermoso.

El peso de su cuerpo, el calor de su aliento, el ritmo de su respiración y sus latidos, el perfume de su sudor. Aquella espalda brillando bajo la tenue luz, su cabello negro, negro y crespo como las nubes oscuras de la noche lluviosa. Aguardó con los ojos cerrados el instante de recibirlo con profunda pasión. Iniciaron juntos una estéril danza erótica. Arriba, abajo; de pie o de costado, se entregaron sin medida, hasta el cansancio. El placer era agotador, el agotamiento traía dolor, pero el amor duele y ellos amaban el placer de sus labios mordidos, los gemidos ahogados, las uñas encajadas, dos pieles estrujadas y manos entrecruzadas. Varón erecto y desafiante. No hubo besos ni caricias suficientes para calmar la necesidad, culminaron mil veces la batalla para iniciar una tregua de sueños y duermevela antes de volver a los fragores de la pasión. La noche fue muriendo y la lluvia quedándose muda, el sol conquistó la mañana y arropó con su luz aquel cuerpo exhausto. Abrió los ojos, miró a su lado y recordó cada instante de entrega. Una silueta tomó forma nuevamente hasta hacerse una presencia casi palpable: sus cabellos rubios, los ojos claros, el torso fuerte y aterciopelado. Un sueño, experiencia erótica para sortear los días que aún marcan la distancia, el momento de consumar la aventura.

Fernando Lopez Peralta (Panama)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mensaje