Teléfono

Lo miro una y otra vez, negándome a mí misma mi desesperación por oír el repicar de su música endemoniada, fingiendo que no estoy pendiente de cada paso gigante del minutero, de cada vuelta completa de reloj. Y no suena. Trato de distraer la mente, de pensar en cualquier otra cosa, pero es caprichosa y todos los caminos conducen de nuevo a ti y a tu llamada. Da igual que piense en el bonito día que amaneció pues el siguiente pensamiento me llevará a imaginarnos fuera, en aquel parque, disfrutando del sol y unos besos en la terraza del restaurante. Y el teléfono no suena. Me siento estúpida por comprobar la línea, por descolgarlo y volverlo a colgar, claro que funciona, claro que tengo batería, claro que hay cobertura.

.
De repente suena y mis ilusiones realizan el corto viaje de ida hasta el aparato para estrellarse abruptamente contra la voz de mi madre que me pregunta por qué llevo dos días desaparecida del mundo, sin dar señales de vida. La despido con un par de escusas absurdas y le digo que la quiero mucho y que la echo de menos, que siempre funciona para aplacar los malos humos, y logro colgar lo más rápido posible, preguntándome si en ese intervalo de tiempo me habrás llamado. Y esa duda me reconcomerá el resto de la tarde o quizá el resto de mi vida.
Sé que sólo tengo que descolgar y teclear los números que me llevarán hasta ti, hasta la cálida caricia de tu voz, hasta el tibio perfume de tu cuerpo, y que acabaremos haciendo el amor en tu apartamento, pintando las paredes de sonrisas privadas una vez más, pero no, esta vez no seré yo quien te busque. Me lo he prometido a mí misma, no es cuestión de orgullo sino de dignidad. Si me quieres me buscarás, si esto no es sólo un rollo serás tú quien marque los dígitos de la caja fuerte de mi corazón. No volveré a dar el primer paso. No.
Un momento, el teléfono suena…