22 mayo 2009

Cadenas


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Era un juego peligroso, nunca nadie dijo que fuese sencillo, pero a la inocencia de la primera caricia siguió otra más y otra y antes de darse cuenta estaban enredados en un camino sin salida en el que cada minúscula acción del otro inevitablemente producía una incontrolable reacción en su piel, en su respiración, en los latidos de su corazón. Era un camino muerto, de esos que aparecen en las películas americanas en los que te enfrentas cara a cara con un alto muro de hormigón sin ventanas, sin puertas, sin salida. Aún así no podía dejar de regresar a aquel callejón oscuro una y otra vez, las horas en aquel recóndito lugar transcurrían tan veloces como la respiración jadeante que acompañaba a cada roce de su piel, se sabía prisionera de aquel poderoso abrazo, de aquel cuerpo del deseo que nunca sería suyo completamente, a pesar de que se entregaba a él como si fuese su único motivo para existir, como si el aliento que se escapaba de sus labios fuese su oxigeno y sus brazos el único punto de apoyo en el mundo.


Una y otra vez regresaba y enredándose en las sábanas del deseo y el frenético arder de la pasión se olvidaba de que no era para ella, que tan sólo podría vislumbrar la felicidad de aquel hombre que pertenecía a otra. Y cuando el teléfono sonaba y su corazón se sobresaltaba se reprendía; estúpida, idiota, no puedes ponerte así. Se prometía no descolgarlo una y otra vez y se sentía miserable cuando finalmente respondía a la llamada, arrodillada a los pies de su señor como una meretriz adoradora de Isis que se rendía incapaz de doblegar la voluntad de su amo, de su Dios.


Pero el teléfono dejó de sonar, los mensajes dejaron de llegar, el email se llenó de publicidad y absurdos mensajes encadenados y supo que era el final, el que tanto había anhelado y temido a partes iguales y se sintió vacía. Estéril como el desierto que se extendía a sus ojos. Sintió miedo, un miedo terrible a no volver a estremecerse ante uno de sus besos, a no ser capaz de vivir sin él.


Le llamó infinitas veces a pesar de que no devolvió una sola llamada, envió decenas de emails pidiéndole al menos una explicación, o una despedida, pero no hubo respuesta, de ningún tipo. Se repitió una y otra vez que era lo mejor para sí misma sin terminar de creérselo y en un ataque de voluntad borró su número de móvil, todos sus mensajes, ahora ya no había marcha atrás.


Pasaron dos años en los que continuó con su vida, en los que cambió de piso se concentró en su carrera profesional y ascendió en la empresa logrando un puesto de relevancia y logró volver a mirar al futuro con ilusión. Salió con un par de tipos, nada serio pero logró alejarle del primer plano de su conciencia y esto la hizo sentir mejor aún. Hasta que un día recibió la llamada de un número desconocido, una de tantas, pensó.


- Diga.
- Anna, ¿eres tú? Soy Pablo, hace tanto tiempo que no sé nada de ti… - todo su cuerpo se estremeció al oír su voz, al recibir la llamada que aguardaba desde hacía veinticuatro meses. Su mente fue sacudida por infinidad de imágenes de ambos, de la sensación de sus voluminosos labios recorriendo su garganta, de sus fuertes piernas enroscadas en su menudo cuerpo, del tacto y el sabor de su piel cetrina, ella guardaba silencio trastornada sujetándose sobre una pared en la calle mientras los transeuntes caminaban arriba y abajo mirándola de reojo -, te he echado tanto de menos… las cosas entre mi mujer y yo no van bien y vamos a separarnos… - proseguía ante su mutismo, una llama prendió en su mente al reconocer las palabras que le había dicho tras su primera noche juntos.
- Lo siento, pero creo que se ha equivocado.
- Pero Anna, sé que eres tú… - decía y su voz era como una caricia para los sentidos.
- Le repito que se ha confundido y haga el favor de no molestar – dijo con seguridad mientras aún le temblaban las piernas.


Cerró el aparato e inspiró profundamente, sonrió dolorida y supo, que acababa de romper aquella cadena que la mantenía atada al pasado y era completamente libre por primera vez desde que le conoció.

4 comentarios:

  1. a veces es muy muy dificil tener que usar la razón. hace mal.

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  2. Lo sé Ranti, pero otras es la única forma de recuperar el dominio sobre tu propia vida. Estarás deacuerdo conmigo en eso, no?
    Un beso!!

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  3. Muy bueno mariajose. Algo que es dañino en parte, no te deja ser feliz y disfrutarlo plenamente. Hay que soltar lastre y seguir navegando....

    Un beso...

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  4. Me he sentido tan identificada con esta historia, que me has dejado quieta y boquiabierta. Lo que hizo Ana al final fue lo mejor para seguir viviendo, para liberarse. para volver a amar.

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