Tomaste tu vaporoso té de fresa con miel del plato y lo llevaste a tus labios. Hacía mucho que deseaba este momento. Escribir contigo. Escribir para ti. A pesar de tu actitud de reposo, de esa desganada pose, me agradas. Tu sabor es especial, tiene el dulce de la miel de maple, la profundidad del durazno recién cortado, jugoso. Pareces esa fruta que uno muerde y de la que el jugo se escapa por las comisuras. Como la sandía.
El viejo incienso de sándalo que arde más allá de la puerta del baño imprime en la atmósfera un toque de otra época. Porque en ulteriores años la gente daba especial atención a los olores. Eran menos absorbidos por la habitualidad presurosa. No existía ceremonia religiosa sin incienso. Incensum en latín. El pequeño halo que se desprende de las varitas deja un trazo de magia, de misticismo. Otrora un tesoro, poco podemos imaginar de los viajes de los egipcios a las tierras de To-Nuter por esta resina. Desde tu reposo escucho tu respirar y te convierto en una hindú ataviada de ropas vistosas de colores brillantes, con esas cuentas brillantes que musicalizan la danza del vientre.
Sentado, escribiendo, me percato de la actitud tan pasiva que poseemos los escribidores (y sí me considero uno de ellos y no un escritor). Y me pregunto cómo es que me quieres. Mis manos se deslizan en el teclado, haciendo un eco con las teclas, un murmullo constante del que siempre me hablas, ese que te arrulla, que te hace dormir. Te escribo versos, poemas enteros. Y te los entrego en mano, para leerlos al momento en que tus ojos pasan una a una por las palabras que he elegido para describir mi amor por ti. Siento a veces que me convierto en el aedo (cantor) que menciona Homero en sus obras, ese que recitaba con cánticos sus versos. La elegía de mi soledad es de tu propiedad.
Esas sábanas de seda dejaban mucho que desear en mi imaginación antes de siquiera recorrer una con la palma de mi mano. Al tocarla con la punta del dedo pulgar y el índice cambié de parecer inmediatamente. Es un deleite al tacto. 5009 años de historia conocida le respaldan. Y te imaginé como la emperatriz Xi Ling-Shi, cubierta con esos vestidos tan distinguidos, en los años de la China Imperial.
Hoy deseé nunca decirte adiós. Y si así lo fuera, ansié nunca olvidarte. Dejar tu memoria en el pico del Himalaya de mis recuerdos. Ahí donde nadie te remueva. Ahí donde las heladas te conserven década tras década. Ahí donde la nieve no se convierta en río, y no te arrastre la corriente de eventos hacia el olvido.
No obstante, tus besos nunca son suficientes. Mi corazón late repetidamente cuando encuentro esos carnosos labios rosas. Tu lengua me eriza los sentimientos más indignos. Y mi escritura se alimenta de tu cuerpo, de tu aliento, de tu vientre. ¡Oh noche de seda, inciensos y tinta, nunca amanezcas! ¡Permite a este ser efímero, cambiante, nunca satisfecho pertenecer a ti como las Meninas al cuadro de Diego Velázquez!
Y con la última de las teclas retumbando en la habitación… salió el sol.
Un magnifico ritual para crear la magia de las palabras.
ResponderEliminarBuenos dias...