19 junio 2009

Alturas reales


Desde allí arriba el mundo se hacia minúsculo como una maqueta de cartón piedra. Las anchas avenidas no eran más que unas finas arterias por las que circulaban un trasegar de vehículos del tamaño de ratoncillos con los ojos iluminados.

Me senté con la espalda pegada a la pared y las piernas cayendo entre los barrotes… estaba por encima del mundo y ni dios en persona era capaz de negarme sin dudar que en ese momento era el rey de la ciudad de los gatos.

Teobaldo se hizo de carne y hueso y me entrego la corona y el báculo para que pudiese reinar en mi trono elevado. Maullé y mi familia siguió transmitiendo mi mandato por encima de los tejados y por las azoteas… en pocos minutos todo se había llenado de ojos atigrados de todos los colores que rivalizaban con el espectacular manto de estrellas que por encima quedaban salpicadas.

Debajo de mi en toda la extensión que mis pupilas podían contemplar una maraña de ojos de otro mundo se habían focalizado hacia mi posición y con otro maullido todos los habitantes silenciosos y esquivos de la ciudad de los sueños volvieron a sus quehaceres nocturnos. Con su predemitación y alevosía cosida por dentro de la funda se sus bolsillos.

Encendí un cigarro y aspire la primera calada que me supo tanto a gloria que un par de ángeles se vieron en el compromiso de bajar a tocar un poco de jazz con una trompeta y un saxo… cuando acabaron de tocar… les invite a sentarse y pasándoles un par de cigarros volvieron a sentirse en tan alta posición que lo que aconteció fue una procesión de ángeles que bajaban tocaban y se unían a la fiesta de sentirse en casa sin estar en ella.

Al final tuve que desalojarlos todos… por suerte ellos tenían un par de alas adosadas a la espalda y no creo que les importase al par que tire por la barandilla emprender el vuelo… porque el restante salio escopetado sin no antes despedirse de manera adecuada.

Me disculpe y les pedí desde la apología de los que se saben equivocar que no me lo tuviesen en cuenta. Uno de ellos me presto un saxo antes de marcharse… Por lo que pase la noche haciéndole el amor a la luna mientras tecleaba lo que mi corazón me dictaba y mis labios soplaban.

Todo fue transcurriendo con el goteo de los granos de un reloj de arena invisible que minuto a minuto iba asesinando el momento hasta el amanecer en que volví a convertirme un gato para ir ronroneando a hacer un ovillo encima de la cama que alguien había dejado caliente para mi.

Me enrosque y cerré los ojos mientras caminaba por el cielo de Madrid como un supervisor de sueños y deseos que va recogiendo los pedazos abandonados… Cuando desperté no sabía si eso había sido una alucinación o había sucedido de verdad.

Pero al siguiente ocaso una legión de felinos llego hasta las puertas de mi casa para devolverme al reino que me había sido otorgado. Sin extrañarme les acompañe hasta el sitio donde me dejaron, allí donde realizaría la función que me acontecía y no era otra que el control de todos los interruptores de la ciudad, de sus luces, de las vidas, de los sueños y por supuesto de los deseos.

Regalo sonrisas como chocolatinas por las mañanas y al caer el sol la banda de los Ángeles tocan jazz para que los sueños de la gente sean tan naturales como la sensualidad de unas caderas exuberantes anunciando el comienzo de un nuevo mundo. Las noches han vuelto a brillar como en las nocturnas horas doradas del pasado porque desde entonces nadie había sido lo suficiente insomne para trabajar a tiempo completo en que todo sea fluido después de la hora de las brujas.

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