08 julio 2009

Ese tétrico ritual

Suena el golpe del radio desintonizado: la alarma. Mi mente quisiera obviarla. Levanto mi moribundo brazo con agravio y lo dejo caer a mi costado sobre la mesita de noche. Palpando encuentro el control y logro callarle la voz a la hora, no a la conciencia. Los párpados empiezan a desentrabarse hasta dejar entrar los primeros y ácidos rayos de luz.

Trato de incorporarme, más la oscura madrugada me seduce a negarme, a darle un rotundo ¡no! a la obligación, pero ya mi desnudo cuerpo fue golpeado por el frío. Con el párpado entre abierto busco mi pantalón y las sandalias, esas que siempre creo haber dejado al pie de la cama, y no pasa un día sin que tenga que buscarlas como matrimonio al amanecer, separadas y perdidas o increíblemente interpuestas en la oscuridad. La planta de los pies sobre la gamuza le da un toque menos “morte” a los primeros pasos, de no ser así la helada cerámica podría derrocar al más tenaz de los despiertos.

Ya mi cuerpo, semi-protegido y erguido, tarda unos segundos en vencer la batalla de los arrullos y las sábanas -sabes bien que los primeros pasos saben a exilio- y no tan feliz de de la victoria, llevo mis huesos tiritando paso a paso ante el umbral del baño, entro y cierro- no vaya a ser que huya mi valentía- el sonido seco de la puerta me arrincona. Y como una violación a los sentidos inicio el ritual y me voy despojando de lo que hasta hace poco me cubría la piel, ya roto el encanto lo que deseo es apurar la maltrecha sensación de agobio.

¡Que caigan ya los yugos! esos primeros y húmedos cristales ¡Que venga la cachetada dura al alma! el jadeo como un grito anunciado y punzante, el que nace de pulmones, pezones y entrepierna. ¡Que venga ya el redentor de la angustia!

La frente se frunce, los poros se hinchan, los párpados se encuentran y la columna se contrae fetalmente. Despliego la mano sobre el grifo mientras pienso “¡Soy mi propia víctima!”. Lo giro lentamente y antes de exponerme a la cruda lluvia del alba me detengo furioso. Una sola gota escapa como flecha de hierro y se encarna en mi pecho.

Aturdido y resignado a mi estupidez -recapacito- ¡Por la gran puta hoy es domingo!.

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