07 julio 2009

Triste Perdida

Pasaran ya varios meses, de nuestras empresas en Francia. Todo fue perdido, mas perdida fuera la sangre de cuantos valientes lucharan por España. Estamos a escasas leguas de Flandes. Más si por pérdidas, fueran vidas en los verdes campos franceses, se pierde el imperio por el norte, donde los holandeses pronto sitiaran Breda. De nuestro retroceso no pudiera contar sino mas batallas y sangre en el camino. Por cuantas balas de cañón español segaran vidas francesas, por cuántos muertos cubrieran el campo de batalla. Muchos hombres escribirán de estas guerras, mas vivirlas, solo nosotros. No quisiera incomodar a vuestras mercedes con detalles escabrosos, mas es sabido que la guerra no es dulce bocado. Por ello, si gustan, les relataré cuanto pasara en la última batalla. 
Amaneciera en suelo francés, cerca de nuestro sangrado Flandes. Sorprendiéranos con ejércitos numerosos los franceses, aun así no fuimos faltos de valor. Cerraran nuestras picas sus avances y el fuego de arcabuz bien segara vidas de cuantos desalmados se lanzaran a nuestras muertes. Alfonso bien es un joven fornido. De estas crueles batallas bien ha sabido aprender. Más el coraje de defender a sus compañeros, que la sangre, sed de matar por matar o la avaricia de robar a cuerpo caído. Los cañones rezumbaran en el viento. Cuando llegara su silencio nos dispusimos a cruzar aceros. Arremolinados torbellinos de muerte, donde los cuerpos se amontonan a los pies. De quien no puedes confiar, pues puede que la corta vida que les queda, aun pudiera apuñalarnos por los pies o cortar con una daga el tendón de Aquiles. De aceros partidos por desventura para dar muerte a quien no tuviera suerte. El ruido ensordecedor de cuantos hombres lucharan allí aquel día, todos valientes por cuántas vidas daban muerte y por cuantas propias defendían. Lanzaranse con sus caballos a nuestras filas, mas no servían sino de bocado a nuestras picas. Más no fuera de provecho si bien tuviéramos que replegarnos. Nuestros soldados caían, venían de cualquier lugar de las Españas. Muchos de ellos perdieran sus vidas allí aquel día. Jovenes valientes que enfrentaranse a los numerosos franceses por bien defender a cuyos compañeros intentaban escapar. Vi a Sebastián, buen amigo del tercio con quien quise lanzarme a la refriega, mas no me dejo, me recordara que bien debía cuidar de Alfonso. No tuve tiempo de saltar en lágrimas. Mas en el momento en que cogí de los hombros a Alfonso, para ponerlo a salto, bastarame mirar a tras para ver caer a Sebastián muerto en el campo, sin vida.
Alfonso estaba herido, un rasguño en su muslo derecho. Hicele un torniquete con mi camisa y bien cargue con su cuerpo a cuestas, le porta mas el valor y el honor de luchar que abandonarme en batalla. Es un joven diestro, mas mis esfuerzos fueran el ser diestro con la pluma, mas en cierto modo algo aprende de mis pasos. Sera un gran hombre de eso estoy seguro. También un gran español de quien espero algún día, pudiera contar, yo luche en Flandes, yo luche. 
Tras nuestra retirada, lleve a Alfonso a enfermería, donde se atendió a cuantos valientes lucharan. Vi a Ángela, saludárame en aquel instante y bien se apresuro a curar a Alfonso, quien descansaba en un lecho mientras curaba sus heridas. 
-No es nada, pronto sanareis- Me alegre al escuchar aquellas palabras de Ángela, me quite mi sombrero de ala doblada y añadí:
- Discúlpenme vuestras mercedes- Despidiéndome de ambos para encontrar el abrigo en un viejo árbol solitario, en su tronco. Mas no se que me pasaba, pero de tanto sentir muerte, sintiera que la mía era pronto de caer. Algo escribiera en mi corazón, que mi muerte sería en aquellas tierras.

Nunca sabré cuales palabras intercambiaran Alfonso con Ángela, mas el resultado fuera que Ángela vínose a hablar conmigo. Mi soledad me eclipsaba, al tiempo que llego ella. Su mirada despertarame una sonrisa en la cara. Sus ojos clavaranse con los mios, mas no hubieron palabras. Sus manos se posaran en mis hombros y el profundo beso que me entrego, hizome caer de espaldas al suave musgo a nuestros pies. El deseo nos portaba y el camino hasta nuestra piel. Tras depojarnos de nuestras vestiduras fundieranos la pasión para un encuentro que tiempo hizo que esperara. Pareciera un sueño aquel instante y bien escribí en su cuerpo las caricias y deseos mas floridos y llenos de vida, mas deseosos de hacerla mujer, de hacerla feliz. El suave tacto de sus pechos, que perfilaba lentamente con mis dedos. Mis manos que dibujaban sobre el calor de su cuerpo, su cintura y su ombligo. Hasta llegar a los rincones más húmedos de su cuerpo. La hice mía aquella tarde, al tiempo que gemidos y suspiros de nuestros cuerpos latían con un único latido, con un único suspiro. Tras llegar a lo más alto, cayó en un profundo sueño aquella tarde. En cambio, a pesar del cansancio no pudiera dormir. Cuerpos empapados de sudor, sudor compartido, toda su piel sobre mi piel. Mi capa por lecho y las vestiduras por sabanas. La contemplaba dormida, tan inocente, tan femenina, tan mujer. Sus suaves ojos no se que sueños albergaban, mas su piel, toda, se posaba sobre la mía. Sin pudores, ni vergüenza alguna, bajo aquel árbol, aquel árbol. Escasas leguas nos quedaban hasta Flandes. Flandes, mi querido Flandes, bien se que moriré por vos… 


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