Sabés, unos meses atrás yo tenía una incógnita irresuelta: no me explicaba cómo te resultaba tan fácil -mientras a mí me era extremadamente complicado- dar un cierre a todo eso (y no sólo dar un cierre a todo eso, sino también abrirte a todo lo demás...).
Después de tanto y con el tiempo de mi lado, creo haber encontrado el motivo, la causa, el por qué de las cosas. Sé que vos nunca entenderías, pero yo estoy convencida de que todo se debe al asunto este de las llaves. Porque cuando las dejé olvidadas en tu casa se volvió mucho más difícil. Digo, para cualquiera que tenga llaves, la de cerrar o abrir es una tarea por demás sencilla. Pero para los que no...Y ya sé que por ahí esta te parece una explicación demasiado metafórica, pero apostaría mis ganas a que es tan certera como cualquier otra de aspecto -a tu criterio- más exacto.
Ahora, permitime plantearte mi inquietud: Me parece que a veces confundís lo de tener las llaves con tener derecho a entrar, y eso es un problema. Porque entonces aparecés (con augurios de felicidad o con lo que sea) intentando pasar. Pero mi inseguridad, mi enojo, mi susceptibilidad y yo -a falta de llaves- sellamos la entrada con mil y un trabas. Entonces el forcejeo es casi inevitable...¿Y para qué? Quiero decir, ¿no es más sensato dejar de hacer de cuenta que todavía queda algo de respeto/cariño/compasión cuando la verdad es que no hay nada? No lo sé, pensalo...
Y ya está, olvidate, ya pasó...Con las llaves hacé lo que quieras, pero conmigo ya no por favor. Y me cansé de las llaves, de vos y de mi y de todos los demás que hay en el medio siempre. Me cansé de todo esto.
Quizás sea hora de cambiar la cerradura! jejeje
ResponderEliminarMuy bueno!
saludos!