15 febrero 2010

Pedazos de olvido

Faltaba un trocito de alma que encajaba como esa pieza perdida de un puzzle sin terminar… llevaba mucho tiempo buscándola. Pero no había encontrado nada en todos los sitios donde se había propuesto buscar. Había hecho memoria y no había recordando ni donde ni cuando se extravió, aunque se había acordado de un par de cosas que a su parecer le habían echo gracia. Así que finalmente se había puesto a rebuscar en aquellos lugares donde nadie pensaría en fisgar. Se fue directo a su cuarto y se encerró allí durante varios días. Escarbo en todos los rincones y vació todos los botes en los que no llegaba a ver el fondo, escudriño entre las paginas de todos sus textos desquiciados… que demasiados abundantes se arrinconaban como ganado en un establo desaliñado.

Los cajones explotaban con cuartillas y folios con los bordes arrugados… el grafito de los lapiceros había empezado a erosionarse desmoronándose y emborronando los papeles que habían acabado por amarillear tras tanto tiempo aburridos sin ver la luz del día ni por asomo. No aparecía por ninguna parte. Tras una semana consiguió encontrar de nuevo la puerta se salida y al girar el pomo encontró a su familia al completo haciendo de público en el pasillo. También había dos policías y un bombero simpático que sentado en la barra del salón fumaba un enorme puro mientras encontraban una solución.

Disculpad… no encontraba la salida tampoco… sonriendo rasco su cabeza desaliñada y se excusó dirección al servicio.

Acto seguido volvió a entrar en la habitación sin antes no poner un cartel de los del servicio de los hoteles informando que no se debía molestar. Dándose por aludidos los que no pertenecían a aquella casa se marcharon y los que eran de allí… no tuvieron más opción que quedarse sin causar alteración posible. Cerró la puerta y se sumergió de nuevo en aquel océano sin sentido en el que había acabado por naufragar.

Buceaba entre peces de colores y barcos hundidos. El lecho del mar estaba sembrado de brillantes tesoros desperdigados por doquier entre todos los escondrijos que había en ese condenado cuarto. Unos eran recientes y otros fueron tan gratos de hallar que devolvieron a la vida esos rayitos de los veranos felices que una vez abiertos te llevaban a sentir esa sensación placentera de las vacaciones cumplidas y a disfrutar del merecido premio de nadar en el mar.

Se ve pescando con las manos, acompañado de sus inseparables abuelos cosidos a su historia con hilo de oro. Y vuelve a la realidad tras una interminable ruta llena de altibajos. Adentrándose en una gruta submarina llena de una exuberante y mística vegetación que se agita ingrávida como una cortina invertida… La corriente lentamente va introduciéndole sin darse cuenta en esa estancia escondida en un camuflaje perfecto.

Dentro hay una chica vestida con un vestigio de gasa vaporosa en un delicado azul celeste. Su pelo ondea con vida propia precipitándose y ocupando como un halo el círculo perfecto alrededor de su bello rostro que descansa apaciblemente con una daga clavada en el centro de su corazón.

Busca entre los pliegues de su pasado el nombre de aquella preciosa chica y no encuentra rastro alguno de su existencia. Siente un dolor agudo en el centro de sus cicatrices que causan un intenso y contundente mareo que le recuerda todo lo que perdió entre caídas y accidentes.
El conjunto de sus sensaciones le advierten de un peligro mudo clavándole agujas en la piel expuesta al agua fría. Escudriña el altar donde reposa tratando de averiguar algo de sus relatos. Aparecen garabatos ilegibles de su puño y letra. Unas cuartillas rotas bailan deshilachadas despedazándose como una pastilla efervescente que se va disolviendo lentamente. Son bloques de pasta como pan en agua que se derriten al levantar los tomos de las estanterías.

Acaba decidiendo dar resolución al problema. Arranca la daga de su pecho y su cuerpo cobra vida mágicamente. No viene nada nuevo a la cabeza pero su voz no tarda demasiado en recuperarse de su letargo forzado.

Él pregunta su nombre y su mención le devuelve un trozo de vida perdido en las cunetas de este país llamado España. Comprende cosas que habían dejado de tener sentido a lo largo del tiempo. Esconde la daga detrás de su espalda evitando así ese escabroso asunto incomprensible desde su lado de la acera. Escucha con atención todo lo que le cuenta como un increíble cuento fantástico que había olvidado camuflado en un destino abandonado por la dificultad de un camino lleno de obstáculos.

Acerca su cara a los labios de él… Le mira directamente al centro de sus pupilas y le besa devolviéndole un recuerdo extinto tras tanto tiempo siendo devorado a bocados pequeños de hormiga laboriosa. Vuelve su sabor, su vida, su pasado y su futuro. Los libros se secan y vuelven a escribirse tal como y sucedió sin que nada pueda modificar la verdad de los actos.

Recuerda el dolor de su ausencia, de la pesadilla de no poderla salvar de su propio monstruo que la carcomía por dentro como un parásito que acabaría por exterminarla. Siente el dolor de ella y como el demonio de sus labios pretende robarme más vida y alma mediante la ingesta de mis besos sin devolución al igual que un bello súcubo. Esquiva su mordisco final en el último momento y la pieza que faltaba brilla en un puzzle que una vez completo pierde todas las juntas que fabricaban el rompecabezas.

Su nombre se borda en el límite inferior y un anciano le felicita por haber terminado la prueba dándole acceso a un nuevo nivel. Pide amablemente que cierre este libro desvencijado dejándolo descansar en paz en el pasado. El hecha un vistazo más a la foto por fin conseguida, recuerda su nombre y ese beso que ya no conseguía recordar. Guarda sus pedazos en un pequeño cofre que lanza nuevamente al fondo del mar. La mira a los ojos y ella los cierra abriendo la boca. Clava la daga lentamente en la ranura del corazón que no había acabado de desparecer devolviéndola a la quietud de su descanso. El veneno de la daga se derrama sobre su mano y penetra por los poros de su piel.

Siente el calor familiar de ese aciago líquido negro de los mordiscos condenados. Devuelve el exceso besando sus fríos labios de mármol de su eterna amante mortal. Le susurra que la quiere y se despide en silencio entre las bambalinas de las algas bailarinas. La deja flotando sobre el altar que le construyó en el pasado. Donde se merece permanecer por tiempo indefinido. Se gira en el umbral y lee el nombre de su leyenda. La que no debe de ser despertada… escrito con un cincel sobre la piedra para que aunque pierda la memoria recuerde lo que debe quedar en el olvido.

3 comentarios:

  1. Cualquier cosa que dijera, me parecería una sonsera...me quedé sin saber que decir, estoy profundamente conmovida por tu relato. Un abrazo grande, y disculpas, por la torpeza de mi comentario...

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  2. A pesar del olvido hay muertos que velan las sombras, en el canto de sirenas.

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  3. No dejas de maravillarme con tus relatos y tu gran habilidad para hacer con tus palabras "magia", te quedo precioso en fondo y forma.

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