24 febrero 2010

Una cuestión de perspectiva (un cuento de 1.295 palabras)


El viento arremolina las ropas de un modo ensordecedor, pero todo resulta hermoso. ¿Quién no ha sacado alguna vez la cabeza por la ventanilla de un coche en marcha, y ha sentido el viento en la cara? Es como notar la naturaleza en movimiento, aunque uno sabe que está quieto y no hace ningún esfuerzo para merecer tal caricia.

Miro mi reloj de pulsera, aun sabiendo que yo llegaré antes de que se ponga el sol… Un sol que siempre luce tan especial en este mes de octubre. Diréis que es una tontería, pero desde estas altitudes los rayos parecen acariciar la tierra. Es una impresión casi mística… ¡Lástima que el viaje sea tan corto! Lástima que no estés tú.

Siempre hemos compartido los grandes acontecimientos de la vida, como aquel crepúsculo en las montañas sagradas del Tíbet, cuando en un momento mágico el sol se escondía y la tierra parecía llorar; o cuando comíamos un helado después de hacer el amor. “Un poquito de frío para tanto calor”, decías, ignorando que con cada caricia te daba el alma.

Te limitabas a contar los billetes, porque tú eras mi puta. Mi puta favorita, y no podía haber nada entre nosotros, nada que no fuera sexo y dinero… ¿verdad? Pero fingías, lo sé.

—Nada de besos en la cara… Es más “limpio”.

Y yo acepté con naturalidad.

—Dejemos los besos para los enamorados.

Pero notaba en tus labios un ardor que disipabas sobre mi piel, imprimiendo en ella un rastro de ternura cuando la saliva se secaba. Dejabas huellas de amor, pistas reconocibles en el recuerdo… como miguitas de pan que siempre me llevaban a ti.

Otras putas fingen placer para agradar al cliente que las monta, para acabar pronto con la gimnasia pélvica que tanto cansa cuando no hay pasión. Tú fingías esconder un amor, que realmente no sentías… ¡Qué gran profesional!, conseguiste “correrme” espiritualmente, que te eyaculara mi amor a la cara cuando el preservativo cumplía con su propósito.

Y poco a poco permitías el cortejo. Aceptabas acompañarme en viajes de negocios. Viajes que inventaba para ti, para mostrarte que existía más vida que la que conocías y hombres distintos de los que te compraban.

—Tú eres diferente —me susurrabas. Unos dedos acompañaban su voz por mi cara.

Mientras, yo caía por las espirales doradas que bordean tus pupilas, presintiendo los grandes misterios de la existencia en tu mirada.

—…

—No debes enamorarte de mí, algún día esto se acabará —me advirtió.

Y yo no la creí, no me permití ver la honestidad tras una sonrisa herida.

—Comprendo, hay alguien más…

—No es lo que tú crees.

—No eres libre, ¿verdad?

Todo el mundo conoce historias de ese tipo: mujeres que son llevadas al viejo continente, engañadas con promesas de trabajo fácil y grandes ingresos. Sueñan con lo que todos desean. Y les sobran razones para trabajar en una sociedad envejecida, porque en sus venas palpita con fuerza una sangre valiente… que claudica ante la lascivia que provocan y las amenazas a los familiares que dejaron atrás.

—¿Cuánto necesitas para recuperar tu libertad?

—Mucho, siempre es mucho lo que ellos quieren; y tú no tienes tanto.

—Puedo vender mi casa: ¿te molestaría vivir en un pisito alquilado conmigo? …Creo que nadie sale perdiendo.

—¿Tanto me amas? ¿Incluso sabiendo que me llamarán puta cuando menos te lo esperes; y sientas, cuando me conozcas mejor, que no valgo tanto? No soy tan difícil de olvidar.

No respondí, las palabras no eran necesarias… Como en estos momentos, en los que sólo puedo pensar lo mucho que te amo todavía. Y no dejo de mirar hacia arriba, esperando verte llegar como un ángel arrepentido, envuelta en la luz de los que descienden de los cielos con una mano conciliadora. “Todavía no es tarde”, pienso, “sólo recordaría tu mano, y tu cabello alborotado por el viento”.

Mal vendí la casa que había pertenecido a mis padres, la situación era urgente y no me detuve en detalles mercantiles. Los agentes inmobiliarios sonreían satisfechos: mi firma cerraba un contrato de compra-venta. “El más rápido de los últimos quince años”, aseguraba uno sin saber dónde ocultar la impaciencia de sus manos. “Sí, además, puedo asegurar que a pesar del apremio de la venta, lo hemos vendido en unas condiciones óptimas. ¡Enhorabuena!”, explicaba el otro.

Hacía oídos sordos a una palabrería puramente formal, porque lo único que importaban eran los 180.000 euros que habían transferido a una cuenta bancaria de la que no era titular. “Tendría que bastar”, pensaba mientras me dirigía al aeródromo de Aluche. Son unas instalaciones más modestas en las que los aeroplanos pequeños no entorpecen a los aviones del aeropuerto de Barajas.

Una avioneta esperaba mi llegada con el motor encendido. En la cabina un piloto fumaba un cigarrillo. Afuera, un señor vestido de traje blanco levantaba una mano a modo de visera.

—Eres puntual… —dijo con acento sudamericano.

En sus labios, este comentario, más que un halago, parecía un insulto.

—Ella, ¿está dentro?

—Sí, henchida de amor… Sube.

¿Por qué ignoré el cinismo y desprecio con el que me trataba? “Es mala gente, mi amor, habla lo justo y nunca repliques”, recordaba mientras subía al aparato. Desde la puerta la vi, allí estaba, sentadita con las rodillas juntas, ennobleciendo a esos bellacos con su presencia. El golpe del portón anunció que despegaríamos en unos momentos.

—Póngase cómodo, señor.

En el interior sólo había cuatro plazas, aparte de la del piloto. El único sitio que quedaba libre era el que estaba junto a la puerta. Me senté con reservas, como temiendo que en pleno vuelo se pudiera abrir.

—Si no la tocas no pasa nada —se burló el hombre del traje blanco.

La avioneta empezó a ganar velocidad en la pista.

—Las puertas son como las mujeres, ¿sabe? Sólo se abren con la llave adecuada, si no tienes la llave sólo conseguirás forzarlas.

Al fin el aparato levantó el morro y despegamos del suelo. Me sentía incómodo.

—Sí, otras no se cierran ni dándoles patadas… —añadió otro que no dejaba de mirarme tras unas gafas de sol.

—Espero que estén hablando de puertas —repliqué tratando de ocultar mi ansiedad.

Los sudamericanos rieron a carcajadas.

—¿Oiste al “pendejo”? —interpeló a la chica el hombre del traje blanco.

—Sí, es una buena persona.

—¿Es mejor que yo?

—No, amor. Con ellos finjo… Tú sí que sabes dar placer a una mujer.

En estos momentos, todavía creo que disimulaba… ¡Necesito creer que me amas!, sentir que la atracción de la tierra, sobre mi cuerpo, es algo mayor que lo que has sentido por mí. Me conformo con un instante de amor verdadero, un momento que todavía sorprendo en mi memoria, que recreo antes del impacto final, y hace que todo haya valido la pena.

—Viste. No te quiere… Es porque yo tengo muchos dólares, muchos más que tus 180.000 euros de mierda. ¿Sabes cuánto vale mi tiempo?

Señaló la portezuela del aeroplano, con las cejas, a uno de los secuaces.

—Yo te lo diré… Ni un minuto de mi vida iguala tu vida entera —añadió sopesando sus manos en una balanza imaginaria.

—No comprendo… —dije agarrándome a la silla, mientras la puerta se abría y un viento atronador me azotaba la cara.

—¡No importa! —gritó el hombre del traje blanco—. ¡Ahora demuestra que tienes cojones!

Miré el hueco que dejó la puerta abierta en el fuselaje. Anochecía, apenas faltaban unos minutos para que el sol se ocultara en la línea del horizonte, y miré tus ojos por última vez. En ellos vi reflejada la tristeza del crepúsculo… ¡Sé que hubo algo!

Y me empujaron hacia el vacío. ¿Ves, amor, cómo no es tan fácil olvidarte? Apenas siento vértigo, pero esto se acaba… ya.



— fin —


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Pie de fotogragía: elblogdelarte.wordpress.com

5 comentarios:

  1. Apasionante hasta el final... porque aunque todo parezca ir bien, siempre puede acabar mal. El destino no entiende de equilibrios porque no tiene cuerpo que mantener sobre el vacio.

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  2. Por cierto... muy bueno... pulse el raton sin querer :D

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  3. FEDE, VOS SABES LO QUE PIENSO-NO TODO-SINO ALGO,Y ME GUSTA TU MANERA DE ESCRIBIR,ESE SELLO,QUE NACE DEL ADENTRO!
    GENIAL
    SALUDOS
    LIDIA-LA ESCRIBA

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  4. Sensacional final....por inesperado, muy buen relato, con la sensibilidad suficiente, medido, transmite lo necesario, me gustó muchísimo!, un gusto Federico, un abrazo.

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  5. Gracias, amigos. Pronto publicaré otro cuento que no os defraudará.

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