05 mayo 2009

Espectros


Llevábamos una vida simple y bohemia, sin sobresaltos. La casa era más bien pequeña, aunque lo suficientemente amplia como para albergarnos a los dos. Nos sentíamos cómodos allí y no necesitábamos de muebles para estar a gusto con el lugar. Nos bastaban una cama baja, un baño en el fondo y una cocina diminuta para sentirnos completos. Teníamos un espejo antiguo y fino, ubicado estratégicamente frente a la cama. No lo habíamos comprado nosotros, sino que pertenecía a los anteriores propietarios de la casa, quienes habían decidido que se quedara allí.
Cada mañana, Manuela despertaba con su encanto y se detenía frente al espejo. Miraba más allá de la imagen que este le devolvía, como si buscara algo...Yo prefería iniciar el día antes de que ella lo hiciera, para no perderme ese acto solemne, el de su majestuosa figura frente a un reflejo casi tan hermoso como ella misma. Era un duplicado de belleza, como amarla dos veces en ese ritual de perfección…
Hasta el día de hoy no logro comprender por qué una mañana Manuela ya no despertó junto a mí, ni se miró en el espejo. Por qué ya no estaban sus cosas. Por qué ya no estaba ella.
Quizás en su reflejo encontró aquello que buscaba tras cada despertar, o tal vez decidió partir y seguir la búsqueda en otros lugares. Lejos de aquí, lejos de mí…
La única certeza que tengo es que a partir de entonces quedaron en la casa, como única compañía, un tenue olor a humedad, una taza de café a medio tomar, una colilla de cigarrillo y un espejo…Vacío.

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