08 mayo 2009

Sobre la lluvia y otras pequeñeces aún más importantes.

A veces me pregunto cuanto tiempo es que tenés en verdad para diluviarme encima. Aunque alguna que otra ocasional llovizna no está mal, tiendo a preguntarme sobre la húmeda vocación que circula de aquí para allá en esa elipse un tanto difusa que nos rodea,

nos rodea a vos,
a mi,
y a todos.

Sin embargo, no confundamos términos, todos sabemos y tenemos muy claro que soy una de esas personas de humor estacional, en un día tengo 3 inviernos, 2 veranos, 1/2 otoño y alguna que otra primavera que se escapa por algún lado. Tengo esos tres inviernos de fríos que calientan la conciencia y alimentan la creatividad, tengo esos dos veranos que me hacen transpirar tanto que ya ni los quiero percibir a la distancia, ese medio otoño que asoma algunas tardes cuando no me lo espero y siempre está esa primavera hija de puta que se da sus aires de queseyoque adelante de mis narices.

Tal vez todo esté un poco potenciado por el sencillo hecho de que tengo esa constante y perseverante alergia desde el día que nací y mi papá decidió cruzarse desde el bar enfrente del Sanatorio de La Mujer sin pagar el té que estaba bebiendo. Una alergia que tiene sus días, una alergia que tiene sus temporadas, su forma de romper el hielo entre mi salud y yo; y su forma de irrumpir inesperdamente con la vana e insulsa ilusión de ser el alma de la fiesta.
Todo un cliché para intentar explicar como funciona un tipo psicosomático como yo.

Retomando el inconcluso asunto de los diluvios personales e impersonales, me preguntaba cuanto tiempo tenías, como ya dije, para diluviarme encima. Me encantan en todas sus formas, están esas tibias lloviznas que te acarician la frente y que suelen hacerme pensar "así deberíamos transpirar todos los seres humanos", y también están esos chaparrones intermitentes que te mojan entero pero que se hacen sentir con más ímpetu donde de verdad quieren, en la incontrolable e hiperkinética energía de los dedos, en la sedentaria calma de la espalda, gota a gota, bajando por la espina dorsal, o ¿por qué no? en los cómodos y pequeños lagos entre las suelas y las plantas de los pies.
El diluvio humano suele confundirse precisamente por ese motivo, a diferencia de la lluvia, no importa la cantidad sino la calidad, hay distintas cepas de diluvios humanos, los hay tímidos, pequeñísimos pero de una calidad irrefutable; y también los hay enormes, abrumadores, pero que con una vez ya basta, efímeros como esa persona que alguna vez te miró en el tren y te compartió un poco de su complicidad para que le digas con los ojos que la boca es bastante prescindible.

Con todo esto dicho, supongo que todos nos hemos dado cuenta ya de lo estúpido que resulta preguntar cuanto tiempo o cuanta vocación puede alguien tener para diluviar sobre mí o sobre cualquier otra persona. Resulta estúpido y necio simplemente porque nos olvidamos de los pequeños detalles, nos olvidamos de que la lluvia a veces es aburrida y triste porque alguien nos arruinó la sorpresa.



- ... Y para mañana en la región de el sur de nuestro país vamos a tener lluvias intermitentes con posibilidad de chaparrones aislados.


- Pero la puta madre con estos tipos, ahora me dieron incertidumbre. ¿Y si no llueve y me preparo en vano? ¿Y si llueve pero no cómo ellos dijeron? ¿Y si llueve pero en un momento qué no es el que ellos mencionan?



Lo estúpido,
es no saber apreciar
que para los diluvios humanos
no hay pronóstico que valga.


Vivimos en un alerta meteorológico constante.

2 comentarios:

  1. buena guacho. interesante analisis de lo impredecible. e interesante "critica" de la manera que la explicas.

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  2. Mejor vivir en ascuas que sumergidos en una futil rutina

    "en un día tengo 3 inviernos, 2 veranos, 1/2 otoño y alguna que otra primavera que se escapa por algún lado".... Me encantó esta frase...

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