12 septiembre 2011

Memento mori

El anciano mantuvo su mirada clavada en el gotelé del techo de su habitación. En aquel momento, al percatarse de su edad tan tardía, apreció que su vida había transcurrido en a penas un parpadeo. Exhausto e incrédulo no era capaz de asumir lo que le estaba ocurriendo. El hombre joven y robusto había marchitado en una persona esmirriada y arrugada.

En su mente aún estaba la imagen de cuando era joven e iba a jugar con sus amigos al parque de enfrente al kiosco; aún no se había habituado a que lo hubieran demolido dando paso a un conjunto de centros comerciales. 

Lo que más le pesó con el paso de los días fue el fallecimiento de su esposa. Mañana haría dos años que su Laura falleció por un soplo en el corazón. Su amada Laura... Una lágrima lenta se deslizó sobre su mejilla al pensar en el día en el que la conoció; ella llevaba un vestido azul marino largo y vaporoso que hacía juego con el tono de sus ojos. 

¿Tanto tiempo había pasado? ¿Cómo era posible que su vida se le escapara de semejante manera? El anciano trataba de atrapar los segundos de su existencia con avidez, y éstos se escurrían entre sus dedos como si estuvieran repletos de jabón. Toda su existencia había acontecido en un segundo. Su niñez y juventud en unos instantes se hicieron ceniza; se consumieron inexorablemente. Anhelaba volver atrás y saborearlos, pero sabía que aquel deseo jamás le será concedido.

Y ahora, ¿qué le quedaba por hacer? Nada. No le restaban fuerzas para emprender sus sueños o expectativas. Durante unos instantes se planteó si había cumplido al menos alguno, pero inmediatamente desistió; estaba demasiado cansado para semejantes reflexiones tan complejas.

Sólo le quedaba el descanso. Cerrar los ojos y contabilizar sus instantes restantes de vida.


2 comentarios:

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  2. Nunca es tanto el vacío en nuestra vida. Siempre hay algo para rescatar, aunque nada más sea el haber nacido.

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